ACTUALIDAD: México – derechos humanos y seguridad, ¿un rompecabezas imposible?
30/04/2009ACTUALIDAD: Serio deterioro del contexto de derechos humanos en Chiapas y México
30/11/2009Nota:
A solicitud de algunos integrantes del Pueblo Creyente, hemos decidido no incluir nombres en las citas del presente artículo.
El caminar del Pueblo Creyente: reflexión y acción sobre «los signos de los tiempos»
«No se puede tener fe sin historia. La fe es fruto de una vivencia, de un caminar y de un camino largo. En 1992, cumplimos 500 años de resistencia indígena ante un sistema dominante. El Pueblo Creyente nace como una búsqueda de libertad, para quitarnos la carga que nos oprime. La libertad todavía no se logra, pero no podemos dejar de trabajar, porque todo este tiempo de estar caminando, nos llevó a un lugar más alto, a un lugar nuevo, donde podemos ver el pasado y entender mejor el futuro. No podemos abandonar este camino, esta conquista.«
Del 1 al 3 de julio de 2009, tuvo lugar la XVIII asamblea del Pueblo Creyente en San Cristóbal de Las Casas, cuyo objetivo era recordar las experiencias y acontecimientos de su caminar durante sus años de existencia. Esto constituyó una oportunidad privilegiada para acercarnos al proceso de un actor polifacético que ha buscado analizar y responder a «los signos de los tiempos» desde su inicio a la fecha.
¿Cómo nace el Pueblo Creyente?
Toda historia comienza con un ineludible paso adelante, a veces pensado con tiempo otras veces forzado por el mismo contexto. Cuando el padre Joel Padrón, entonces párroco de Simojovel, fue encarcelado en 1991, integrantes de las ocho regiones de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas se reunieron para realizar una peregrinación que pareció ser una marcha. Caminaron a la capital de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, exigiendo su libertad. Tras 49 días de encarcelamiento, gracias a la presión ejercida, fue liberado. En este sentido, el Pueblo Creyente constituye un proceso con rasgos parecidos a los de un «movimiento político pero se mantuvo en lo diocesano en una combinación de fe y política» o «fe-política» ya sin la «y». Para entender este «primer paso», resulta importante profundizar más en la historia de los pueblos y de la iglesia en Chiapas.
En los ’70s, a raíz del Concilio Vaticano Segundo y de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM) en 1968 en Medellín, la Iglesia católica estableció conceptos como la independencia y la liberación como grandes prioridades. Se afirmó la iglesia autóctona como meta «encarnada en las culturas, la antigua palabra de la teología india siendo germen de la Palabra de Dios» y la «opción por el pobre» legitimó al oprimido como «actor principal de las profundas transformaciones de América Latina». Esta «gesta histórica de la Iglesia» fue recogida por Samuel Ruíz García, obispo de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas entre 1960 y 2000. Su diócesis resultó ser un semillero en el que la «Palabra de Dios» y «los signos de los tiempos» dieron vida a una «milpa» de diálogos y reflexiones arraigadas en la metodología de la teología de liberación: «ver-pensar-actuar».
En 1974, después de 9 meses de reuniones preparatorias regionales, se realizó un Congreso Indígena en San Cristóbal de Las Casas, en el marco de la conmemoración de los 150 años de la incorporación de Chiapas a México y de los 500 años del nacimiento de Bartolomé de Las Casas, primer obispo en la región. Dicho Congreso se realizó en los cuatro principales idiomas autóctonos de la diócesis (tseltal, tsotsil, tojolabal y ch’ol) y abordó temas como la tierra, el comercio, la educación y la salud. Con voz «profética y denunciante», hizo patente el sufrimiento y la extrema marginalización económica, política y social de los pueblos indígenas de Chiapas, que plantearon «líneas de justicia y un plan programático y orgánico» para hacerles frente.
Después de 1974, los pueblos siguieron analizando la realidad, los «signos de los tiempos» que utilizaron para fundamentar una «casa en construcción». A partir de 1975 se empezaron a dar asambleas diocesanas cada año: «¿Por qué no iniciar un camino diferente, sin esperar a que las estructuras sociales tengan que cambiar por la desesperación de los que han sido ancestralmente aplastados?», planteó la carta pastoral «En esta Hora de Gracia» casi 20 años después (noviembre de 1993). Este documento pareció obra de un sismógrafo anunciando los grandes movimientos entonces todavía subterráneos que iban a darse después y que ya son «historia» y «presente«: el levantamiento zapatista en 1994 y los Acuerdos de San Andrés en 1996, entre otros.
En 1991, el responsable de la organización de las asambleas diocesanas consultó a los delegados de los equipos pastorales para saber cómo proseguir. Se propuso preguntar a las bases y, con ese fin, se invitó a representantes de las zonas pastorales. 36 personas participaron como asesores en esta pre-asamblea que luego se convirtió en asamblea semi-permanente. «De este núcleo nació lo que iba a convertirse en el Pueblo Creyente».
El 18 de septiembre de 1991 encarcelaron al padre Joel Padrón acusándolo de «despojo, daños, robo, amenazas, provocación, apología del delito, asociación para delinquir, pandillerismo, conspiración y portación de armas de guerra». El gobierno estatal lo señaló como «cura guerrillero» y «promotor de actos subversivos», mientras los terratenientes lo acusaron de «auspiciar las invasiones de tierras». Gracias al caminar de la diócesis en las décadas anteriores, muchos se levantaron para decir: «su cárcel es nuestra cárcel». Convocadas por el Pueblo Creyente, 18.000 personas, en su mayoría indígenas, caminaron desde San Cristóbal de Las Casas a Tuxtla Gutiérrez exigiendo su liberación a través de ayunos y oraciones.
Estructura actual
Retomando palabras de Don Samuel, el Pueblo Creyente parte de un «análisis crítico de la realidad y con una dimensión de que el reino de Dios se construye en la historia, lo que implica una transformación de la sociedad a partir de la eliminación de la estricta opresión». La figura de Pueblo Creyente no existe en ninguna otra parte del mundo, ni viene de otra parte del mundo. Hace raíz en la historia de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas. Hoy en día, el Pueblo Creyente se ha consolidado. Su base y estructura se encuentran en las diferentes zonas existentes en la diócesis de San Cristóbal. Sin embargo, la Asamblea del Pueblo Creyente es sólo uno de los ejes de trabajo que existen en la diócesis, otros son por ejemplo: teología india, Comunidades Eclesiales de Base, catequesis, diáconos, salud, pastoral juvenil, área de mujeres, área de derechos humanos etc.
En cada región, las comisiones del Pueblo Creyente se unen para llevar a cabo una reflexión local apuntando a «analizar la realidad a la luz de la palabra de Dios» para ver «las alternativas que conduzcan a la armonía y a la paz en la vida de la sociedad y de la Iglesia». Posteriormente, se encuentran 4 veces al año en asambleas realizadas en San Cristóbal de Las Casas con representantes de todas las regiones. En cada Asamblea se organizan en comisiones: de análisis, para la elaboración de un boletín titulado «La Verdad nos hará libres», la liturgia, la logística, etc.
Después se reproducen asambleas de zona o se comparte en las reuniones de los equipos pastorales. «Por ejemplo en la zona Selva, al día siguiente de las Asambleas del Pueblo Creyente, se organizan reuniones de catequistas (son como 200) y de ahí se va bajando. Eso repercuta mucho en las comunidades. Las decisiones se van tomando usando este mismo esquema». La fuerza del proceso tiene que ver con este ir y venir de la información, un modelo participativo y una «experiencia colectiva» que permite decisiones respaldadas cuando se trate de convertir la reflexión en acción.
Uno de los sacerdotes presente en la más reciente Asamblea subrayaba: «Característico es que el agente de pastoral no está en la vanguardia, sino acompañando; la reflexión ya está». Otra persona enfatizaba: «el Pueblo Creyente no pertenece a nadie. Es un surgimiento de una conciencia transformadora que viene inspirada de la Palabra de Dios, la Historia y el Sufrimiento. El espacio transciende muchos elementos y es difícil poder ubicarlo en una lógica partidaria, de organización o movimiento social. Tiene vida propia sin un significado político determinado, porque fuera así tuviera que estar al servicio o a servicio de este espacio».
Durante el caminar de 18 años, los hermanos tseltales, tsotsiles, choles, tojolabales y mestizos han venido diciendo que «nosotros somos la diócesis». En medio de la estructura de la iglesia institucional, logran integrar su agenda en la agenda institucional de la diócesis, sin perder su identidad y siempre como sujeto de gran capacidad transformadora. Desde 2000, el Pueblo Creyente forma parte del Sínodo y de la estructura interna de la iglesia, manteniendo sus rasgos únicos, de iglesia autóctona y de iglesia de los pobres.
Los retos del momento
«Es imposible hablar sobre el Pueblo Creyente sin sentir su presencia en el tiempo y la lucha entre dos alternativas: la de muerte [el sistema neoliberal] y la de vida. Es sin embargo cada vez más difícil construir la alternativa de los pueblos». Hasta 1960 Chiapas fue «terra incognita» (Andrés Aubry), conocida por muy pocos fuera de sus límites. Era un mundo feudal al orden de unas pocas familias repartiéndose el poder. Era la «Provincia de los Confines». Cuando llegó Samuel Ruiz a estas tierras, todavía los finqueros usaban a los indígenas como «peones» en un sistema de semi-esclavitud.
Mucho ha cambiado y, al mismo tiempo, muy poco ha cambiado «El mundo material necesita víctimas para sobrevivir, por eso busca tener esclavos. El mundo material nos puede amarrar también el corazón y el alma y cambiarnos la mente. Nuestra principal tarea es luchar contra esta esclavitud que nos amarra el alma, el corazón y la mente».
Hoy en día, «tercamente» el Pueblo Creyente sigue buscando formas de cambiar la realidad que oprime, y convertirse en un ser transformador, descolonizador política, social e ideológicamente. El Pueblo Creyente sueña con un mundo diferente y trabaja para hacerlo realidad. Como pueblos y personas libres, actores y sujetos de su propia liberación optaron por un mundo que hace hincapié en el plan de Salvación: «podemos elegir entre la vida o la muerte eterna; entre Dios y los ídolos del poder y del dinero; entre la libertad y la opresión; entre vivir y construir la comunidad o sumergirnos en el individualismo». (En esta hora de Gracia)
En este sentido, «El Pueblo Creyente no ha dejado de ser un ejercicio político y un movimiento. El Sínodo lo define como un ‘fermento’. Hay una conciencia muy clara de luchar por la justicia, los derechos humanos, la reconciliación y la paz en una iglesia autóctona, servidora, y liberadora».
Llama la atención la continuidad entre 1991 y 2008, cuando nuevamente el Pueblo Creyente comenzó a realizar peregrinaciones y visitas a cárceles (no solamente para visitar a los que podría considerar como «sus» presos sino a varios otros, exigiendo su liberación). Zacario Hernández Hernández el primero en iniciar una huelga de hambre en marzo de 2008 salió libre y cuenta que la palabra que lo sostuvo en la huelga fue de San Pablo: «Cuando estoy débil estoy fuerte».
Por otra parte, el Pueblo Creyente busca ir más allá del divisionismo y la fracturación del tejido social, en buena medida consecuencias de los años de guerra de desgaste después del levantamiento zapatista.
Para ello, el Pueblo Creyente está en una profunda recuperación, reivindicación y re-descubrimiento de su pasado, principalmente como pueblos mayas, aunque el Sínodo hable de mestizos y de indígenas. Un representante de región dice que están en el proceso de «recuperar el pasado, algo que se perdió. Hasta las formas de hacer oración, con el altar maya, de rezar en pozos o en la milpa después de la siembra de maíz. Es algo que se había perdido en muchos lugares y en otros pues no». También nota una parte importante en la escucha a los hermanos de más edad: «Es importante no dejar a los ancianos de la comunidad, que ellos son los sabios»; o, de recuperar las formas de autogobernarse, de buscar fortalecer gobiernos propios siguiendo las enseñanzas de los tatarabuelos.
Soñando el futuro
«Desde situaciones concretas y no formas de lucha, lo que está en juego es la vida. Nos lanza búsquedas. Es política hacer una peregrinación en el contexto actual, es expresarse políticamente. La pregunta que nos hacemos es cómo mantener esta fuerza, y ver las cosas que la amenazan. Ya se está planteando el tema sobre tierra y territorio, lo orgánico, semillas transgénicas. El futuro se está acercando.»
En la XVIII Asamblea, se veía que el futuro se mira desde la misma cuesta que despeja el pasado. Se subrayaba: «queremos denunciar las relaciones injustas, los sistemas de dominación, relaciones desiguales, lo que destruye la naturaleza, ser mujeres y hombres libres»; «Ser hombre de futuro es actuar ya, vivirlo, significarlo. Mi experiencia de vida está en el camino de futuro»; «En el futuro lo que tiene que ser es plural, es cooperación, apertura y acercamiento, tolerancia y respeto. No es necesaria la semejanza, pero si el respeto, la comprensión».
La fuerza del Pueblo Creyente dicen ha estado en el sentir que «no es lo mismo ser víctima como sentir la injusticia. El Pueblo Creyente en este respecto es los dos» y sabe hacerse un nervio expuesto que se conecta con el sufrimiento. Tiene una capacidad de fortalecer a la gente que se acerque en su fe. «Es gente muy convencida, sin miedo al dolor y al calor». La fe, dice la misma voz «está en la resistencia. Hay que resistir y combatir lo que quiere destruir al pueblo.»
Testigo y protagonista de la «fe viva», el Pueblo Creyente es una construcción histórica y actual. No pasa necesariamente por «tomas de presidencia o acciones visibles» sino por un cambio más profundo: «Es algo interior, una oración o forma de orar que te está haciendo sensible al momento de la vida. Se trata de recuperar esto, transformar la oración mecánica y social y hasta cierto punto enajenante de solo pedir, pedir hacia un encuentro con lo transcendental».