Actividades de SIPAZ (Julio – Septiembre de 1997)
31/10/1997ANALISIS: ¿Es posible una paz unilateral?
30/04/1998ENFOQUE II: Mujeres y Guerra de Baja Intensidad
Con frecuencia, en los medios de comunicación, se nos da a conocer la dimensión político-militar de los conflictos que imperan en Chiapas. En muchas de estas ocasiones se olvida que detrás de los saldos de violencia ciertamente alarmantes (además de las estadísticas cada vez más preocupantes en cuanto a pobreza, malnutrición, analfabetismo, etc.), se encuentran seres de carne y hueso, familias y comunidades que intentan sobrevivir.
En efecto, el cese al fuego en enero de 1994 no ha significado un fin de la violencia. El conflicto entre el gobierno y el EZLN ha seguido y se ha extendido bajo las modalidades de una cada vez más compleja Guerra de Baja Intensidad (GBI): militarización y grupos paramilitares, divisiones en las organizaciones y comunidades, guerra informativa (vía rumores y medios masivos de comunicación), etc. Este esquema contrainsurgente busca «quitarle el agua al pez», es decir, aislar al EZLN de la sociedad civil como base de apoyo material o social, real o potencial.
En este contexto, la ya de por sí crítica situación de las mujeres indígenas chiapanecas ha empeorado. Poco se sabe sobre su realidad cotidiana. Aquí dejamos hablar el corazón de esas mujeres y escuchamos su voz como víctimas de la GBI y como protagonistas del proceso de paz, desde su propia realidad y sensibilidad.
Cómo la Guerra de Baja Intensidad afecta a las mujeres…
Como seres humanos
Lo que más afecta la vida de las mujeres es que sus actividades se ven más restringidas por la presencia de «los ejércitos» -como los llaman ellas- en sus comunidades. Tienen miedo (como veremos con razón) de ir a la milpa, al río a bañarse o a lavar su ropa, a recoger leña, a vender sus artesanías.
Mujeres de Comitán y Las Margaritas se quejan de los retenes militares: «Nos paran, nos piden credenciales e informaciones sobre los zapatistas, sobre los catequistas en nuestras comunidades, etc.». De hecho, retenes y patrullajes, tanto de militares como de grupos paramilitares, son parte de lo cotidiano en muchas regiones de Chiapas. Una mujer de Tila nos da su testimonio: «Estamos con hambre porque no podemos trabajar, no podemos salir a comprar lo que necesitamos. Ellos (el grupo paramilitar «Paz y Justicia») están armados, por eso no podemos defendernos. No nos dejan salir, ahí están cuidando el camino, con armas en una camioneta. Y siguen armando y armando a la gente».
Con frecuencia, las mujeres son las más expuestas por ser las que se quedan en las comunidades con los niños y los ancianos cuando los hombres huyen al monte. Son las que dan la cara. El 22 de diciembre, en la masacre de Acteal, municipio de Chenalhó, 21 mujeres (de las cuales 4 embarazadas) fueron asesinadas.
Como mujeres
El conflicto repercute de manera diferente en las mujeres que en los hombres. Como lo subraya Marta Figueroa del Grupo de Mujeres de San Cristóbal, «la cuestión de género es casi invisible, ni siquiera pensada, pero siempre ha sido así en todas las guerras: son un canal privilegiado para la reproducción del miedo». También agrega Mercedes Olivera (CIAM) que las mujeres son vistas como «un objeto y un objetivo militar» en la medida en que son las «que paren la siguiente generación de guerrilleros» y de algún modo, representan «la medida para tener ganada a una población«. De hecho, a través de acciones en contra de mujeres, se trata de amedrentar y afectar el ánimo no sólo de ellas como víctimas sino de toda la comunidad.
Hostigamientos y violaciones
Las amenazas de orden sexual son sistemáticas. Según las organizaciones de mujeres de San Cristóbal, existen muchos casos de hostigamientos y violaciones, pero se hacen pocas denuncias. Rosalinda (en un taller de mujeres indígenas) nos explica una de las causas de este mutismo: «La violencia se vive en silencio y repercute en nuestra salud física y también la revertimos en nuestra contra, sintiéndonos culpables. La violencia y el sometimiento se aprenden».
Terror y rumores
En uno de sus encuentros, las mujeres de CODIMUJ se dieron cuenta que los rumores son lo que más divide a las comunidades. Tere nos da un ejemplo de cómo los rumores generan confusión y finalmente desinformación: «Otra cosa son los rumores que se dan. Es la forma de información de la gente. Por ejemplo, mi mamá me preguntaba ayer si es cierto que se les da dinero para estar en los ‘Cinturones de Paz’ (protección ofrecida por la sociedad civil durante los diálogos entre el EZLN y el gobierno federal)».
Esos rumores contribuyen a desarrollar un clima de tensión a veces casi «paranóica«. En muchas comunidades, los movimientos de tropas (¿será una de sus funciones?) agudizan aún más esas inquietudes. Juana, de Amatenango del Valle, expresa sus miedos : «El gobierno casi no quiere el diálogo. Los priístas dicen que va a haber guerra. Por eso creo que va a haber guerra. «
Prostitución
Otra forma de violencia contra las mujeres pasa por el desarrollo de la prostitución. Muchas prostitutas de 16-17 años son centroamericanas que entraron de manera ilegal en el país sin que las oficinas de Migración parezcan preocuparse. No obstante, también se ven cada vez más casos de indígenas «que van con los militares». Pagan 100 pesos por las vírgenes, 50 por las otras; las más bonitas son «reservadas» para los oficiales superiores del Ejército. Al parecer, los militares las engañan con promesas o se dejan convencer por la situación de miseria en la que viven ellas y sus familias. Existen también algunos casos de prostitución infantil, de hijas vendidas o «prestadas» a los 11-13 años para aliviar situaciones de hambre. Es algo que desprestigia mucho en las comunidades (lamentablemente, a la niña, no a sus padres…).
Salud
Paralelamente a la prostitución, se multiplicaron las enfermedades sexuales y se identificaron algunos casos de SIDA. Marta Figueroa nos comenta: «En su mayoría, los militares rechazan el uso de los condones; en algunas ocasiones, en talleres de sensibilización los botaron ostensiblemente en el suelo».
Según el testimonio de organizaciones de mujeres de San Cristóbal, la tensión generada por el conflicto se está reflejando hasta en el tipo de enfermedades que presentan las indígenas, afecciones que a veces son de carácter psicosomático como gastritis, dolores de cabeza, etc.
Otro tema vinculado es el control que se puede ejercer a través de los servicios de salud:
«Hemos visto la presión sobre muchas compañeras que han llegado a querer hacer uso de dichos servicios. Siempre hay todo un interrogatorio de que si son o no zapatistas, de dónde están ellas, etc.»
(Yolanda, K’nal Antsetik)
Como esposas y madres
La situación de conflicto constante y la crisis económica generan un estado de angustia permanente en la población. Entre otras manifestaciones, esto se traduce en un aumento de la violencia intrafamiliar. «La violencia afecta a todas las familias: unas la sufren y otras la aprenden y la reproducen» (Francisca, en un taller de mujeres indígenas). Además, la presencia militar viene desarrollando una «cultura de cuartel» que impacta negativamente la vida cotidiana de las comunidades y de las familias (alcoholismo, drogadicción, o como ya lo hemos visto prostitución y su corolario, las enfermedades sexuales).
En tiempos difíciles, con un extraordinario sentido de abnegación, las mujeres expresan que «su corazón de madre» es lo que les dice qué hacer al ver a sus hijos asustados, con hambre, enfermos; naturalmente, su salud es una de las principales preocupaciones de las madres. Para muchas de esas enfermedades de los niños «no se puede hacer nada», según ellas, pero en realidad son curables: en 1994, Chiapas ocupaba el primer lugar nacional en cuanto a mortalidad infantil, siendo la diarrea la principal causa de muerte. También a las mujeres les preocupa el tema de la educación: falta de maestros, escuelas cerradas por el conflicto o -en comunidades divididas- a las cuales no asisten los niños zapatistas.
Al mismo tiempo, se encuentran cada vez más hijos de militares. Las madres viven su maternidad en condiciones aún más duras emocionalmente, al ser señaladas por la misma comunidad. Estas situaciones despiertan en esas mujeres odios hacia ellas mismas o hacia su comunidad. Muchas recurren al aborto como una forma de autocastigo. Según Consuelo Lievano, iniciadora del Hogar Comunitario «Yach’il Antzetik» (para mujeres embarazadas en circunstancias difíciles), se pueden escuchar comentarios como «ahora debo pagar porque me metí [en la prostitución]». También subraya que después del 94 aumentó el número de menores abandonados.
Otras madres expresaron en las reuniones su preocupación por los hijos que van a las prostitutas o que llegaron a incitar a sus esposas y hermanas a prostituirse. A otros hijos, la presencia de «algo nuevo» que les ofrece capacitación y empleo seguro, les conduce a enlistarse en el Ejército.
De manera más general, también «afecta su corazón» las divisiones que se producen en el mismo espacio familiar. «Existen varios casos de mujeres que denunciaron a sus maridos (ahora en prisión) con datos inventados para proteger a sus hijos», comenta Mercedes Olivera de CIAM. Tere nos confía: «Tengo compañeras que tuvieron conflictos con sus esposos o con sus hijos ya que ellos querían seguir con la misma secuencia que antes -es decir que se quedaran en la casa Los priístas dicen que va a haber guerra ‘sirviéndoles’- y que no querían dejarlas participar en algo más abierto». Hilaria, de Oxchuc, quien tuvo que huir de su comunidad por divergencias políticas, nos habla de su caso: «Antes había personas de mi familia que no me hablaban; por eso me salí. Ahora ya no me odian y voy a visitarlos. Hubo bastantes broncas así en las familias».
Como amas de casa y/o trabajadoras
Como amas de casa, las mujeres son responsables del bienestar (en este caso, más bien de la sobrevivencia) de su familia. Tienen cada vez más dificultad para abastecerse de lo mínimo necesario, debido a la conjunción de dos factores: la escasez de la producción (ciclos productivos rotos en varias regiones y en muchos casos tierras escasas y malas) y el encarecimiento de los productos. En efecto, con la presencia de militares al lado de las comunidades, se ha desarrollado una economía «ficticia«: las mujeres lavan la ropa de los militares, les preparan tortillas y comida; hasta tienen la oportunidad de abrir una «tiendita» aunque sea de abarrotes. Si a corto plazo pueden verse beneficiadas por esta nueva fuente de ingreso, finalmente no resuelve los problemas de fondo y provoca un aumento de los precios.
Así lo expresan mujeres de CODIMUJ: «Cada día, el campesino es más pobre: trabaja mucho y sus productos nunca se los pagan bien, los dan casi regalados. Cada día alcanza menos la paga porque a cada rato está subiendo la gasolina, el arroz, el azúcar… todas las cosas». Eso es más preocupante si tomamos en cuenta que, según el último Censo, en Chiapas sólo un 36,9% (un 69,2% en el país) de la población ocupada percibe un salario mínimo o más.
La situación es aún más difícil para los miles de desplazados. En la zona Norte por ejemplo, se encuentran desplazados unos 4.100 indígenas simpatizantes del EZLN (cifras publicadas en «La Jornada» después de un encuentro entre delegados de esos mismos desplazados); en Chenalhó, serían más de 5000. Esta consecuencia de la violencia intracomunitaria afecta particularmente a las mujeres: «Los desplazamientos les quitan parte de su identidad, porque la casa es su vida, donde ellas se realizan como mujeres. Destruir las ollas y la ropa, es también destruir el ámbito personal de ellas. Esas cosas son sus responsabilidades» (Mercedes Olivera).
La GBI, finalmente, ha afectado a las mujeres como trabajadoras. Ha habido casos en que el Ejército se ha instalado en los mismos espacios de producción de las mujeres (por ejemplo, en el cultivo de hortalizas) ; así perdieron las cosechas y todo el tiempo que invirtieron en ese trabajo. Otras veces, se les robó el poco «ganadito» que tenían.
Yolanda (K’nal Antsetik) nos habla del caso de las mujeres pastoras de los Altos: «Al tener miedo de salir, las mujeres se fueron desprendiendo poco a poco de sus borregos. Tal vez lo podemos ver como algo insignificante, pero para ellas son animales sagrados, casi como hijos. Es algo que está ligado a su trabajo telar. Esto tuvo un costo tanto económico como emocional (…) Vi sus preocupaciones reflejadas en la calidad de sus textiles. Después de febrero del 95, la calidad bajó y hasta ahora ha sido muy difícil recuperarla».
Desde dicha fecha, con la entrada del Ejército a las comunidades y por la polarización que esto generó, las divisiones empezaron a acentuarse también en las organizaciones de mujeres. El hecho de aceptar o no los apoyos gubernamentales (aunque pudieran ser mínimos) ha sido y sigue siendo otro motivo de polarización.
Mujeres que tienen su destino en sus manos
En este contexto de GBI, debemos destacar la valentía de muchas mujeres indígenas. Son menuditas, chaparritas, encorvadas por la carga de leña o por el último crío en la espalda, pero ¡qué fuerza se puede leer en sus ojos! Alma, asesora en CODIMUJ, comenta: «A pesar de la situación que está muy conflictiva en varias zonas, las mujeres se siguen reuniendo aunque nunca con muchas participantes (esas medidas de seguridad son necesarias en particular en la zona Norte). Paradójicamente, la participación hasta aumentó desde el 94″.
Al principio, parece que la rebelión zapatista fue «como una chispa, un despertar, una efervescencia donde nacieron más grupos de mujeres organizadas» (Yolanda, K’nal). Empezó una participación más abierta de ellas en marchas, en bloqueos de carreteras, en los municipios autónomos (Amatenango del Valle, por ejemplo)…
En el proceso de paz, durante los diálogos, han estado presentes las mujeres, no sólo en los Cinturones de paz y los turnos de guardia, sino en la discusión, desde sus comunidades a través de sus grupos y hasta en las mismas mesas de diálogo.
Tere recuerda sobre dichos Cinturones: «La cuestión de fuerza la hacen los hombres, pero ya en la cuestión de soportar este movimiento, la mayoría son mujeres. Siento que por la misma forma que somos. Somos más disciplinadas y nos aferramos en lo que tenemos que hacer. Nos encargamos de lo vital. Eso representa mucho trabajo, mucho esfuerzo, pero tiene mucho valor humano. La gente te recuerda como la ‘mama benefactora «.
Recientemente, las mujeres mostraron nuevamente su valentía al participar en varias manifestaciones. A final de agosto, cuando se reinstaló el campamento militar en San Cayetano, ellas estaban al frente de las protestas. En Chenalhó, a fines de noviembre, varias mujeres fueron agredidas cuando formaron una valla para intentar impedir el paso de militares. En este mismo municipio, crearon un grupo al que llamaron «Organización Derecho de Mujeres de San Pedro Chenalhó» que ha estado muy activo para denunciar los acontecimientos violentos que vivieron.
Las mujeres también intentan impulsar sus propios espacios, a través de los Encuentros Estatales llamados «Caminamos juntas hacia la paz». Otros esfuerzos de acercamiento se dan por ejemplo en RECEPAC (coordinación de cooperativas de artesanas con distintas ideas políticas) o CODIMUJ (Coordinadora Diocesana de Mujeres). En uno de los encuentros de dicha coordinadora, una de las conclusiones fue que ellas deberían «trabajar por la unidad. Esto no quiere decir que todas estemos en una misma organización, sino aprender a trabajar juntas.»
A pesar de la GBI y de los dolorosos efectos en las mujeres, se ha generado en Chiapas un alentador proceso de concientización y esperanza. Yolanda recuerda a una señora de unos 60 años que participaba en los Cinturones de paz: «el que mis ojos puedan ver esta esperanza de cambio, aunque me muera, me muero tranquila, porque por primera vez estoy viendo que hay esta posibilidad, que se están moviendo las cosas.»
- CIAM: Centro de Investigación y Apoyo a la Mujer basado en San Cristóbal de las Casas
- CODIMUJ: Coordinadora Diocesana de Mujeres creada hace 5 años .
- K’nal Antsetik: organización que trabaja con cooperativas de mujeres de la zona Altos de Chiapas