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29/05/2021ARTÍCULO: 8M – Haciendo frente al “virus” de la violencia contra las mujeres en México
29/05/2021“Cerca de dos billones de personas viven en países afectados por conflictos, violencia o situaciones de fragilidad; de ellas, más de un tercio son jóvenes de entre 15 y 24 años”
D e acuerdo con el informe Estrategia de las Naciones Unidas para la Juventud (2020), el mundo alberga a la generación de jóvenes más numerosa de la historia con 1.800 millones de personas, de las cuales cerca del 90% viven en países en desarrollo. En México hay 30,7 millones de jóvenes, es decir 24,6 % de la población total.
En el marco del proyecto Youth, Peace and Security del Global Partnership for the Prevention of Armed Conflict (GPPAC), el Servicio Internacional para la Paz (SIPAZ), la Iniciativa Whitaker para la Paz y el Desarrollo (WPDI) y la Comisión de Apoyo a la Unidad y Reconciliación Comunitaria (CORECO) llevaron a cabo una serie de cuestionarios dirigidos a jóvenes de México, Estados Unidos y Canadá cuyo objetivo fue conocer la percepción de éstos sobre a la violencia, los conflictos y la paz.
Los resultados no son representativos del total de las juventudes de la región, sin embargo, nos han permitido profundizar en la reflexión sobre el tema y hacer el cruce con la situación sanitaria que actualmente se vive. Los cuestionarios fueron respondidos en línea por 93 jóvenes de entre 16 y 36 años, durante el primer semestre del 2021. Por cuestiones prácticas y metodológicas, este análisis se enfoca en la palabra de las juventudes mexicanas, desde Nuevo León hasta Chiapas. Este texto es apenas un primer acercamiento a las vivencias y perspectivas de las juventudes sobre la situación actual del país, el estado de sus condiciones de vida y su percepción sobre las posibilidades de construcción de caminos para el bienestar y la paz.
¿Qué significa ser joven?
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) define a las y los jóvenes como aquellas personas de entre 15 y 24 años. En México, el rango de edad va de los 15 a los 29 años de acuerdo con el Instituto Mexicano de la Juventud (Imjuve). No obstante, el concepto juventud está matizado por los factores socioculturales, institucionales, económicos y políticos de cada país, variando incluso de una región a otra. En México, por ejemplo, para construir esta definición se requiere considerar todos los ámbitos ocupados por este bloque poblacional, desde lo educativo hasta lo laboral, de lo cultural a lo político; se deben reconocer sus capacidades, sus oportunidades, pero también sus necesidades y vulneraciones. Por esta razón, buscar encerrar todas las complejidades de ser joven en un concepto delimitado solamente por la edad nos ubica en un plano lineal donde la juventud se reduce a una etapa de transición, “en el paso de una condición de niños a adultos”, reduciéndolo a un período “frágil y temporal de la vida”.
Aun cuando el Imjuve habla de la juventud como el momento de la vida en que una persona comienza a establecer su identidad basándola en distintas formas de comportamiento, un momento de proyección hacia el futuro, de crear expectativas y sueños; las acciones que tanto los gobiernos, como la sociedad diseñan e implementan para el bienestar de las juventudes tienen un sentido contradictorio, elevando un discurso de centralidad e importancia, pero destinando pocos esfuerzos y recursos para su desarrollo. Dicha contradicción contribuye a obstaculizar el acceso de las juventudes a sus derechos básicos.
Si bien muchas de las y los jóvenes encuestados se alinean a la conceptualización de la juventud a partir del criterio de edad, así como de la “posibilidad o potencia de acción en el futuro”, muchas de ellas y ellos se identifican como sujetos activos, participativos y con capacidades diversas para incidir de manera positiva en su entorno.
Juventudes y violencias
De acuerdo con el artículo de Animal Político “La realidad de la juventud en México: pobreza, discriminación e incumplimiento de sus derechos”, publicado en 2018, en México las situaciones de violencia que afectan a los jóvenes son principalmente la discriminación, la falta de acceso a derechos básicos y la pobreza. Sin embargo, las y los jóvenes que participaron en el cuestionario perciben la inseguridad y delincuencia como principales formas de violencia que afectan su vida cotidiana.
1) Inseguridad y delincuencia
Tanto mujeres como hombres jóvenes identificaron los asaltos, agresiones físicas, secuestros y asesinatos como las formas de violencia más comunes en su entorno. La inseguridad generalizada se perfiló como el mayor riesgo. Una abrumadora mayoría expresó sentir “miedo” de salir a la calle para realizar actividades tan cotidianas como asistir a la escuela, trabajar o convivir en espacios públicos. La calle fue señalada como uno de los espacios más inseguros, en tanto que la delincuencia común y el crimen organizado fueron identificados como los principales perpetradores de estas violencias.
Las diversas expresiones de la violencia de genero ocuparon también un lugar preponderante en las respuestas. Tanto mujeres como hombres expresaron preocupación por la alta incidencia del acoso callejero y el riesgo de sufrir una agresión. Particularmente las mujeres aseguraron sentirse inseguras durante todo el tiempo que pasan en los espacios y transporte público. El miedo a “salir y que algo me suceda” o la posibilidad de “salir sola y no regresar” aparecieron repetidamente entre las respuestas.
2) Discriminación
De acuerdo con el artículo “Jóvenes mexicanos: violencias estructurales y criminalización” (Urteaga y Moreno, 2020) la discriminación que enfrentan las juventudes por su edad les pone en una situación de desventaja para integrarse a la vida laboral y participar políticamente ya que la “subordinación juvenil” en el imaginario social – que asigna a la juventud una definición esencialmente vinculada con irresponsabilidad y falta de ambición y compromiso – favorece “prácticas discriminatorias sistemáticas que excluyen a este sector de la población y lo ubican en una situación de alta vulnerabilidad”.
Los cuestionarios reflejan de manera clara este tipo de exclusión. Las y los participantes aseguraron enfrentar diversas formas de discriminación por edad directamente vinculadas a la percepción de incapacidad o irresponsabilidad. Expresiones como los adultos piensan que “no puedes”, “no eres tomado enserio”, “piensan que eres tonto” y “no existe la confianza” surgieron en reiteradas ocasiones. Algunos expresaron también que debido a su condición de joven no son escuchados o considerados con seriedad para puestos laborales: “no me dejan participar y es como si mi palabra no tuviera valor”, “no hay puestos de trabajo bien remunerado, en el trabajo me ven joven y no valoran mi trabajo”.
Por otro lado, fueron las juventudes de la región sureste quienes en mayor número mencionaron el racismo con una las expresiones de violencia que enfrentan de manera cotidiana. La situación económica, el color de piel y origen fueron las causas más nombradas. Aquellos quienes pertenecen a un pueblo originario expresaron que por ser jóvenes e indígenas no tienen acceso a un trabajo digno y que en algunos casos las personas asumen que “por ser joven o indígena les quiero robar”.
Por su parte, las mujeres jóvenes aseguraron que existe inequidad de género ya que no se les permite hacer lo que les gusta o enfrentan conflictos por el hecho de no aceptar los roles que se les imponen, hay expresiones de misoginia en el ámbito laboral, sueldos impares y una mayor carga de trabajo en el hogar.
3) Pobreza y desempleo
Según el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) “casi la mitad de la población de los jóvenes en México vive en situación de pobreza”. Esta situación los coloca como un sector altamente vulnerable, pues se les percibe como una amenaza para la cohesión social, excluyéndolos de espacios y oportunidades laborales o educativas.
Si bien las y los jóvenes reconocieron la seguridad-tranquilidad como el primer elemento necesario para vivir en paz y alcanzar el bienestar, el segundo factor con más menciones fue el acceso y garantía de derechos básicos. Una gran mayoría de las respuestas se enfocan a los medios de vida y el trabajo estable como condición sine qua non para una vida digna. “Contar con los medios necesarios para tener una vida digna y salud física, mental y socio-emocional” y “el tener una estabilidad económica que me permita cubrir todas mis necesidades” son algunos ejemplos de las opiniones vertidas.
4) Falta de acceso a la educación y servicios de salud
Por otro lado, la ausencia y abandono escolar continúan siendo un reto para las juventudes en México, en particular debido a las brechas sociales que aquejan a las juventudes empobrecidas, en especial de zonas rurales. Tal es el caso del estado de Chiapas donde el porcentaje de jóvenes entre 15 y 24 años que asisten a la escuela es de 35%, el más bajo a nivel nacional, mientras que el más alto lo presenta la Ciudad de México con 55% de jóvenes escolarizados, esto de acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020 del INEGI.
Tiempos excesivos de traslado a las escuelas, planes de estudios que excluyen a jóvenes con capacidades diferentes o hablantes de lenguas indígenas, así como un elevado porcentaje de jóvenes que no tiene acceso a la educación por falta de ingresos, son algunos de las problemáticas más visibles.
Adicionalmente, 5,2 millones de alumnas y alumnos de todos los niveles interrumpieron sus estudios debido a la crisis generada por la pandemia de COVID-19. Es decir, estudiantes de entre 3 y 29 años “no se inscribieron al ciclo escolar 2020-2021”, según la Encuesta para la Medición del Impacto COVID-19 en la Educación (ECOVID-ED) 2020. Por otra parte, se encontró que del total de los jóvenes en México solamente un 32,3% tiene acceso a servicios de salud.
El acceso a la educación y la salud son dos temas muy presentes en el análisis que las juventudes realizaron sobre su realidad. Aun cuando estos temas fueron mencionados en menor número de ocasiones, aspectos como el miedo a enfermarse y no poder pagar los tratamientos médicos, la preocupación por el estado de salud propio y de familiares, así como el deseo de vivir en un entorno saludable, fueron elementos expresados en los cuestionarios.
La percepción de las y los jóvenes como victimarios
Pese a todas las formas de violencia que las juventudes enfrentan de manera cotidiana, históricamente el adultocentrismo y los estereotipos generacionales han contribuido a construir una imagen del joven como victimario o agresor, con lo que la condición juvenil queda “comprometida y vulnerable” en la identificación de víctimas de la violencia prioritarias para atención.
Urteaga y Moreno señalan que la presunción de que los jóvenes “deben ser combatidos por ser culpables de la violencia y la delincuencia” tiene la fuerza para inculpar, justificar acciones persecutorias y establecer un marco jurídico dentro del cual los jóvenes – criminales – pueden ser asesinados sin que esto implique cometer un delito.
En 2019, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) realizó un estudio sobre crímenes por violencia de género, pandillas y otro tipo de asesinatos. El documento reveló que son los hombres de más de 9 años quienes suman más del 50% de las víctimas según datos de 41 países y que la probabilidad de que un niño sea asesinado “aumenta junto con su edad”, estableciendo el periodo entre los 15 y los 29 años como el de mayor riesgo de homicidio a nivel mundial.
En América se estima que 46 de cada 100 000 víctimas tienen entre 18 y 19 años. Un dato interesante que nos presenta esta publicación y que permite equilibrar la balanza es el hecho de que “los altos niveles de violencia están asociados con hombres jóvenes, tanto las víctimas como los victimarios”.
En ese sentido, los resultados de los cuestionarios muestran que los hombres son percibidos como los principales agresores en los conflictos, mientras que las mujeres ocupan la primera posición en la categoría de víctimas. A la pregunta “¿dónde te ubicas en la escala víctima-agresor?” una abrumadora mayoría se colocó sí mismo(a) como “víctima” y en algunos casos como “víctima/agresor”, pero ninguno se identificó exclusivamente como “agresor”.
En contraste, en el documento Youth Participation in Global Governance for Sustaining Peace and Climate Action (2021) del International Peace Institute (IPI) se observa como los movimientos juveniles han desempeñado un papel cada vez más destacado a la hora de participar en iniciativas para construir la paz en sus comunidades. Sin embargo, en los foros mundiales de formulación de políticas, los jóvenes siguen siendo marginados por estereotipos de edad y género, los hombres continúan siendo ser identificados como autores de la violencia mientras que las mujeres jóvenes como víctimas pasivas.
La estrategia del actual gobierno federal frente a las juventudes mexicanas
Ante las condiciones de falta de acceso a derechos que viven las juventudes mexicanas, organismos como el Conapred han señalado la responsabilidad de los diferentes niveles de gobierno para garantizar “el acceso a un empleo formal, bien remunerado y con prestaciones; acceso a servicios de salud y educación de calidad en todos los niveles de atención, y el combate a la violencia en hogares, escuelas y comunidades (principalmente el crimen organizado, la delincuencia común y la trata de personas)”.
En enero de 2019, el gobierno de federal otorgó los primeros apoyos del programa social Jóvenes Construyendo el Futuro el cual ofrece $4.310 mensuales (más seguro social), vinculando hasta ahora a 301.003 jóvenes de entre 18 y 29 años con alguna empresa, institución o taller con el fin de “desarrollar o fortalecer hábitos laborales y competencias técnicas para incrementar sus posibilidades de empleabilidad a futuro”. En Chiapas 30.299 jóvenes han sido vinculados de los cuales un 54,7 % (16.564) son mujeres y un 45,3% son hombres. Diferentes sectores de la sociedad han sido críticos con dicho programa ya que si bien tiene una alineación múltiple en cuanto a derechos sociales , los becarios pueden participar una sola vez y al finalizar el periodo de capacitación, “el centro de trabajo no tiene ninguna obligación” de contratarlos (Informe de la Organización Gestión Social y Cooperación, Gesoc, 2019).
Contrastando las opiniones en los cuestionarios, es posible observar que si bien existen políticas que buscan atender temas prioritarios como el acceso a los derechos a la educación, trabajo y salud, las preocupaciones imperantes de las juventudes mexicanas permanecen sin respuesta concreta o programa dirigido específicamente a este sector.
Qué significa vivir en paz para las juventudes mexicanas
En el marco del Foro de la ONU sobre la implementación de la agenda sobre Juventud, Paz y Seguridad, Jayathma Wickramanayake señaló la necesidad de percibir a los jóvenes como integrantes de todos los esfuerzos, en particular aquellos en favor de la prevención de conflictos y la construcción de paz, ya que los estereotipos y mitos de violencia alrededor de ellas y ellos siguen contribuyendo a su marginación.
“Estas percepciones erróneas pueden llevar a los responsables políticos a adoptar un enfoque securitizado (sic) de la juventud, la paz y la seguridad y a pasar por alto los esfuerzos de los jóvenes constructores de la paz. En algunos casos, la percepción de que los jóvenes activistas son una amenaza para la seguridad nacional también puede ponerlos en peligro”, menciona el International Peace Institute.
A su vez, Jayathma Wickramanayake afirma que “los jóvenes se resisten, protestan, se organizan e implementan iniciativas de construcción de la paz en sus comunidades y países para restaurar los valores democráticos, la buena gobernanza y las instituciones transparentes en los sitios donde viven” a pesar de los prejuicios y las voces que señalan a las juventudes como problemáticas o victimas pasivas.
A la pregunta “¿qué significa para ti vivir en paz?” la respuesta más frecuente de las y los jóvenes fue “vivir sin miedo”. Una vasta mayoría expresó abiertamente su deseo de vivir con tranquilidad y sin temor o preocupaciones: “es no tener que preocuparte por tu seguridad”, “salir y no sentir miedo”, “poder caminar libremente por las calles, saber que tus seres queridos están sanos y salvos dentro de casa, que un niño pueda salir a la tienda sin miedo a ser secuestrado, vivir en paz es vivir en armonía y tranquilidad en el espacio en el que convives con tus vecinos”.
Adicionalmente las mujeres jóvenes respondieron que para ellas significa “poder realizar mis actividades y llevar mi vida sin miedo, sin el temor de ser asaltada, sin el temor de ser violada y regresar a salvo a mi casa”, “es no tener que preocuparme por si volveré o no a casa”.
Además de inseguridad, muchas y muchos identifican otros factores que podrían contribuir a una vida deseable y digna entre los que resaltan: la garantía de derechos básicos, el respeto y la solidaridad, el fin de la corrupción y el acceso a la justicia. Para ellas y ellos vivir en paz también significa: “tener salud”, “estabilidad económica”, “un trabajo digno”, “una vida plena”, “un mundo donde me respeten y pueda mantener a mi familia sin angustias y sin tener que salir del estado para buscar trabajo”, “una forma de vida donde exista respeto entre todos los individuos sin ningún tipo de discriminación”, “estar tranquilo , tener una vida plena, con la facilidad de adquirir justicia”.
En el caso de quienes pertenecen a pueblos originarios, particularmente en el sur del país, vivir en paz incluye también la solución pacífica de conflictos relacionados con tierra y territorio, así como “tener el derecho a una consulta previa e informada sobre cualquier cosa que atente contra la vida”.
Uniéndonos a la exigencia de “Ser libre y vivir sin miedo”
La profunda preocupación por los crecientes niveles de violencia e inseguridad así como la progresiva precarización de la vida de las y los jóvenes mexicanos fueron las motivaciones principales que llevaron a SIPAZ, WPDI y CORECO a consultarles de manera directa sobre estos temas. Este ejercicio de consulta nos ha permitido profundizar en el conocimiento de las diversas y contrastantes realidades que viven las y los jóvenes.
Este ejercicio resultó para nosotros una práctica forma de establecer comunicación con las juventudes en medio de la crisis generada por la pandemia COVID-19. Si bien fue un ejercicio de comunicación satisfactorio y enriquecedor, también nos generó inquietud por la creciente necesidad de este sector de la población de recibir atención directa, específica y contextualizada. Escuchamos con atención su profunda preocupación por su seguridad y supervivencia, y la de aquellas personas que les rodean. Advertimos también su exigencia de justicia y de urgente garantía de sus derechos básicos.
Nos llama la atención que algunos temas que tanto la academia, como las organizaciones de la sociedad civil consideramos centrales hayan tenido poca relevancia en los resultados arrojados, por ejemplo: la migración, los abusos de autoridad por parte de servidores públicos y fuerzas del orden público, así como los desplazamientos y desapariciones forzadas, entre otros. Sabemos que puede deberse al sesgo metodológico de la forma en que se integró la muestra, pero también consideramos que el sentido de emergencia y necesidad imperante de supervivencia que trajo consigo el COVID-19 relegaron estas necesidades y demandas a un segundo plano.
Si bien una tercera parte de las y los participantes se identificaron como actores capaces de actuar de manera positiva y no violenta frente a los conflictos, nos preocupa particularmente la percepción casi generalizada de falta de alternativas y herramientas para actuar, así como el sentido implícito de falta de perspectiva de futuro.
Este documento es una invitación a reflexionar sobre la posición que jugamos en cada uno de los contextos y aspectos de la vida de las juventudes, y la forma en que nuestras acciones y palabras permiten u obstaculizan el pleno ejercicio de sus derechos, así como su confianza en sí mismos para transformar positivamente su entorno.
Finalmente nos sumamos a las voces diversas de las juventudes en su exigencia por reconocimiento, valoración, respeto, justicia, garantía de sus derechos, seguridad alimentaria, seguridad climática y la protección de sus territorios. Pero por sobre todo, y en congruencia con su propia palabra, nos sumamos a su exigencia de vivir en un país sin violencia, un país donde pueda “ser libre y vivir sin miedo”.