ACTUALIDAD: Gobierno mexicano echa un pulso con organismos multilaterales de derechos humanos
02/06/2015SIPAZ: 20 años acompañando luces de esperanza
02/06/2015La migración transnacional es un fenómeno en franco crecimiento. Cientos de miles de personas intentan cruzar año tras año a los Estados Unidos en búsqueda de trabajo, algún ingreso y cierta seguridad que les permita una mejor calidad de vida. Entre las y los migrantes que cruzan México se encuentran tanto paisanos mexicanos como personas provenientes de otros países, principalmente centroamericanas y, en su mayoría, indocumentadas. Como lo abordó el ENFOQUE Migración centroamericana a Estados Unidos – reconocer al refugiado/a tras la «ruta del infierno» (Informe SIPAZ de septiembre de 2014), el paso por México es duro y peligroso. En esta ocasión, se pretende detallar los impactos diferenciados para hombres y mujeres.
Mujeres que se quedan
En Chiapas, la migración se agudizó después de 1994, año que marcó un parte-aguas por la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Éste consistió en la implementación de una serie de medidas de ajuste económico de corte neoliberal, que repercutieron en el aumento de la pobreza de una población mayoritariamente campesina. Es precisamente para asegurar la subsistencia familiar y para satisfacer las necesidades de patrimonio -como son la tenencia de tierra y de vivienda- que la migración, principalmente hacia ciudades grandes de México y hacia los Estados Unidos, ha aumentado. La migración ha marcado la vida de las mujeres, tanto de las que han migrado como de las que se han quedado en sus comunidades tras la migración de su esposo o compañero. En una entrevista con Voces Mesoamericanas A.C., asociación civil de acción con pueblos migrantes, nos compartieron sus observaciones respecto a estos cambios.
Una situación que va en aumento es la de las mujeres que se quedan como jefas de familia cuando sus parejas migran a otras partes del país o a los Estados Unidos. Al no contar con ellos, son las mujeres quienes tienen que asumir el trabajo tanto dentro como fuera de la casa. Tienen que hacerse cargo del cuidado de hijas e hijos, del mantenimiento del hogar y del cultivo de la tierra. Algunas de ellas utilizan las remesas enviadas por los esposos para contratar a jornaleros que cultiven sus parcelas o abren pequeñas tiendas para el sustento familiar o como ingreso adicional. Sea como sea, incrementa su carga familiar y laboral.
Otro aspecto a destacar es que muchas mujeres quedan sujetas al control de sus suegros o cuñados. Éstos no las dejan solas: las vigilan y las acompañan en sus salidas de la casa, con el impacto emocional que la vigilancia supone. No tienen la posibilidad de platicar con otras mujeres para compartir la tristeza y el dolor, dificultando así la elaboración del duelo que la ruptura conlleva. Es frecuente que mantengan comunicación telefónica con la pareja que migró, aunque suele debilitarse ante casos de consumo de alcohol o drogas por parte del esposo o si éste forma otra familia en su nuevo lugar de residencia. En ocasiones, con la disminución de la comunicación viene asociada la del monto de las remesas, las cuales pueden incluso finalizar.
En los estados de Guerrero y Oaxaca, muchas de las mujeres de comunidades cuyos maridos migraron, y se han quedado como jefas de familia, han tenido que asumir cargos y servicios para mantener las estructuras comunitarias. De esta forma, la migración masculina ha favorecido la participación de las mujeres en espacios tradicionalmente ocupados por los hombres. En los Altos de Chiapas no se da esta asunción de cargos por parte de las mujeres, esto se debe a que las comunidades han optado por un sistema de multas como freno a la migración, forzando a que los hombres permanezcan o regresen a sus lugares de origen para cumplir con sus deberes comunitarios. Las multas son más altas cuanto más importante es el cargo, y si no las abonan corren el riesgo de que la comunidad le prive del reconocimiento como ciudadanos comunitarios, ya sean ejidatarios, comuneros o avecindados. Algunos optan por no regresar y perder sus derechos, siendo ellos, sus esposas o sus herederos expulsados de la comunidad. En el caso de las mujeres jefas de familia que se quedan sin tierra, suelen acudir a familiares para su reubicación, habitualmente con sus madres. El traslado de las multas de los hombres a sus esposas las deja en una situación de mayor indefensión.
Mujeres que migran
Por lo general, las mujeres chiapanecas que migran tienen la oportunidad de vivir experiencias diferentes a la rutina de sus comunidades. Muchas de ellas se van por cuenta propia, sin seguir la migración de la pareja, y otras migran por indicación del hermano, padre o compañero. Algunas migran con sus hijas e hijos, otras sufren tras haber tenido que dejarlos a cargo de la familia que se queda. Según Voces Mesoamericanas, muchas mujeres que han migrado afirman orgullosamente que la migración les ha brindado la posibilidad de desprenderse de los mecanismos de control de la comunidad y de las relaciones familiares de violencia que vivían. Sigue siendo común que tras el consumo de alcohol por parte de los progenitores, las mujeres de la familia sean golpeadas, habitualmente las madres y, con menos frecuencia, hijas e hijos. Aunque suelen entrar en circuitos laborales de explotación, tienen mayor autonomía y capacidad de decisión sobre sus vidas al disponer de ingresos propios. Algunas de ellas, a su regreso, pueden comprar un terreno o iniciar pequeños negocios. Tanto es así que la migración, ya sea para estudiar o trabajar, ha llegado a ser entendida como el derecho de escape como opción decidida, como acto de rebeldía y desobediencia. De hecho, la posibilidad de migrar está presente en el imaginario de las y los jóvenes: para ellas, suele representar una válvula de escape; para ellos, suele ser un rito de paso, de demostración de integración al grupo de los adultos y hombres proveedores. Cuanto más lejos y más tiempo, más reconocimiento familiar.
Tras la experiencia de la migración, muchas de las mujeres que han migrado han cambiado los patrones de relación con los hombres o su rol dentro de la familia. Con un mayor grado de autonomía, su aporte al núcleo familiar les da más peso dentro de él. También es de señalar que algunas se ven beneficiadas con los marcos de protección que los nuevos lugares de residencia les brindan, por ejemplo, las políticas contra la violencia hacia las mujeres, con lo cual algunas aprenden nuevas formas de relación.
Otra situación de especial mención es el caso de las mujeres que migran solas y posteriormente regresan a sus comunidades en Los Altos de Chiapas. Muy frecuentemente reciben el rechazo de la comunidad, desanimando el regreso a ella y eligiendo como nuevo lugar de residencia las cabeceras municipales cercanas o los barrios de la periferia de San Cristóbal de Las Casas. Toman fuerza los mitos que atribuyen que durante su migración han mantenido relaciones con otros hombres, siendo por esto repudiadas y estigmatizadas.
La migración centroamericana hacia Estados Unidos
Aunque es difícil obtener datos fiables en cuanto al paso de migrantes por el país, Amnistía Internacional afirma que grupos del crimen organizado asaltan, roban, extorsionan, violan, secuestran y asesinan de forma rutinaria a migrantes centroamericanos/as en su camino hacia Estados Unidos. Según la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA por sus siglas en inglés), unos 20.000 migrantes son secuestrados/as cada año. En palabras del relator especial de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sobre migración, la tragedia que viven las y los indocumentados que pasan por México «no es menor de la de Ayotzinapa». Ante esta situación, en julio de 2014, el gobierno mexicano implementó el Programa Frontera Sur, aparentemente para garantizar la seguridad de las y los migrantes pero que en la práctica es un intento más de frenar los flujos migratorios hacia los Estados. Este programa, que dificulta el cruce por México, ha obligado a las personas migrantes a buscar rutas más peligrosas estando así más expuestas al crimen organizado. Esta situación de vulnerabilidad es aún más aguda para las mujeres migrantes.
Violencia sexual contra las mujeres que migran
Las migrantes centroamericanas que en su lugar de origen sufren de gran violencia, ven incrementada su vulnerabilidad al encontrarse en tránsito por un país que también está marcado por patrones socioculturales discriminatorios contra las mujeres y que en su caso, a su condición de mujeres se le suma el hecho de ser migrantes y el de estar indocumentadas. Así se ven sistemáticamente objeto de actos violentos como la prostitución forzada; la trata de personas con fines de explotación sexual o laboral; la violación y los abusos sexuales; la violencia física, sexual o psicológica ejercida por su pareja, familiares, compañeros, guías y autoridades, entre otros. Según un informe de Amnistía Internacional de 2010, por lo menos seis de cada diez mujeres y niñas migrantes sufren de violencia sexual durante el viaje.
Esta violencia puede tener consecuencias graves para las víctimas, como la exposición y contagio de enfermedades de transmisión sexual, incluido el VIH/sida, embarazos no deseados, abortos forzados o falta de atención médica perinatal. Según el informe «Construyendo un modelo de atención para mujeres migrantes víctimas de violencia sexual, en México» de la organización civil Sin Fronteras del año 2012, «[l]as mujeres que viajan en zonas aisladas o arriba del tren, corren un mayor riesgo de sufrir violencia de tipo sexual a manos del crimen organizado, criminales comunes, otros migrantes o incluso autoridades judiciales y migratorias corruptas. La violencia sexual es parte del terror que sufren las migrantes y sus familias y es, al parecer, utilizada como parte del costo que se exige a las migrantes para llegar a su destino. La violencia sexual es tan latente en el viaje que los traficantes de personas muchas veces obligan a las mujeres a administrarse una inyección anticonceptiva antes del viaje, como precaución contra el embarazo derivado de violaciones».
El informe de Sin Fronteras además plantea que «la violencia sexual también es un problema social normalizado que se agudiza por una respuesta estatal deficiente en cuanto a la prevención, protección y atención de sus derechos humanos. […] en el caso de las mujeres que deciden interponer una denuncia, existen problemas en la investigación, procesamiento y sanción de los casos de violencia sexual. En el proceso de la denuncia, a pesar de que en México se han establecido mecanismos de detección, atención y prevención, no se aplican para el caso de las mujeres en tránsito. Asimismo, la ausencia de mecanismos de protección de las víctimas y la presencia de patrones socioculturales discriminatorios que las humillan y les exigen pruebas de corroboración para llevar a cabo la investigación, dificultan la denuncia». Al fin y al cabo, muchas mujeres migrantes deciden no denunciar la violencia que han vivido por el hecho de ser indocumentadas y por el miedo de ser deportadas a su país de origen.
Mujeres en búsqueda de sus familiares
Otro aspecto destacable es el protagonismo que las mujeres han asumido en la búsqueda de familiares desaparecidos en el intento de cruzar hacia los Estados Unidos. En diciembre pasado, tuvo lugar la Décima Caravana de Madres Centroamericanas «Puentes de Esperanza». Madres provenientes de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua llevaron a cabo este recorrido siguiendo la ruta que cruza 10 estados de México. Esta caravana logró reunir a 3 de sus integrantes con sus familiares: Una mujer se reencontró con su hermano, tras 17 años, y dos madres localizaron a sus hijos después de 15 y 10 años, respectivamente.
Aunque el gobierno mexicano oficialmente sólo cuenta con 157 personas de nacionalidad extranjera registradas como no localizadas, las organizaciones civiles estiman en al menos 70 mil la cantidad de personas migrantes desaparecidas en México.
Mujeres que ayudan
Por la falta de apoyo de parte de las autoridades hacia la migración centroamericana, se formó un grupo de mujeres en la comunidad Guadalupe, La Patrona, en el estado de Veracruz, con el fin de ayudar a los migrantes en su trayecto. Luego de desaparecer el tren de pasajeros (por la privatización de Ferrocarriles Nacionales de México), las y los migrantes se vieron obligados a buscar medios alternativos para hacer su travesía. De esta manera comenzaron a subirse al tren de carga, hoy conocido como «La Bestia». El 14 de febrero de 1995, un grupo de mujeres al salir de una tienda con compras, respondieron al pedido de ayuda de los migrantes del tren lanzándoles sus bolsas de víveres. De esta manera nació el grupo de activistas «Las Patronas». «Yo nada más estaba dedicada a mi casa, a mi hogar y al trabajo del campo, no sabía yo que podía ayudar», relata la fundadora Norma Romero. Sin embargo, las mujeres sentían la necesidad de actuar ante la miseria que presenciaban. Hoy preparan unos 20 kilos de frijoles y arroz diariamente y los entregan a los migrantes que, sobre «La Bestia», pasan por su comunidad en su trayecto hacia el norte.
En la celebración de 20 años de su trabajo, asistieron personajes como Raúl Vera López, el obispo de la diócesis de Saltillo, Alejandro Solalinde, del albergue «Hermanos en el camino», en Oaxaca, o Fray Tomás González, del Albergue «La 72» en Tenosique, Tabasco. En el evento se criticó fuertemente al Plan Frontera Sur, objetándolo como un intento de «limpieza racial», por tratarse de una serie de medidas que no reconocen los derechos humanos de las y los migrantes y agravan las condiciones en las que viajan. Raúl Vera López sostuvo que «las mujeres de la comunidad La Patrona contradicen el egoísmo, la soberbia y la voracidad que entre políticos y gobernantes han llevado al caos, donde la gente se tiene que mover para sobrevivir».
Todos estos destinos de mujeres afectadas por la migración apuntan a un motivo común: la búsqueda de una vida mejor. Sean las mujeres que se quedan y enfrentan dificultades económicas o presiones sociales ante las que tienen que empoderarse. Sean las mujeres que deciden abandonar su tierra para encontrar una vida más libre y autodeterminada en un lugar desconocido. El viaje que emprenden es duro y tiene peligros específicos para las mujeres migrantes, por lo mismo es importante que encuentren ayuda en su camino. En este sentido, el activismo de «Las Patronas» es una lucha ejemplar y emancipada ante la falta de resultados de políticas migratorias que apuestan al control de los flujos de migrantes. A pesar de todos los riesgos, su motor de cambio sigue siendo más fuerte que el miedo, como demuestra este testimonio de una migrante: «Nosotras decidimos irnos para lograr algo en la vida, y para poder darle una mejor vida a nuestros hijos.»