Actividades de SIPAZ (Marzo – Abril 2000)
31/05/2000SUMARIO: Acciones Recomendadas
30/11/2000ENFOQUE: Niños y Guerra de Baja Intensidad
» Que Dios nos proteja, así no volveremos a tener miedo»
Después de seis años de una exagerada presencia militar en Chiapas, poco se sabe de los impactos que ha tenido en la vida de las comunidades. Esto no significa que no se haya hablado de las divisiones, enfrentamientos, masacres, desplazamientos, incremento de enfermedades, etc. Pero hay aspectos que todavía faltan por conocerse; uno de ellos es el efecto de esta guerra en la población infantil. Los niños y niñas han sufrido de diversas formas esta situación, y debido a su vulnerabilidad natural se han convertido en uno de los sectores más golpeados por la violencia.
Impacto de la militarización
En la zona Norte de Chiapas, una niña de 13 años busca algún dinero para ayudar a alimentar a su familia. Temblando, entra en un cuartel militar y ofrece su cuerpo a cambio de unos cuantos pesos.
Las estimaciones sobre el número de tropas en Chiapas varían ampliamente desde 30.000 a 50.000 soldados. Aunque el gobierno no proporciona datos sobre la presencia militar, ha sido posible documentar el crecimiento de sus instalaciones. Desde 1995 hasta ahora, su número se ha cuadruplicado y continúa incrementándose. Según CIEPAC, un centro de investigación, actualmente existen 296 instalaciones militares en Chiapas. La numerosa presencia militar en las áreas de conflicto es perceptible incluso para un visitante casual.
La permanencia del Ejército dentro y fuera de las comunidades indígenas en Chiapas está provocando efectos profundos en la población. En algunos casos, el contacto con los habitantes tiene su origen en la militarización de los servicios públicos. El Ejército tiene centros de «trabajo social» que ofrecen una variedad de servicios: revisiones médicas, dentistas, cortes de pelo, etc. El Ejército también reparte agua y comida, construye carreteras, y proporciona transporte gratis en general a los simpatizantes del gobierno. En muchas comunidades, los soldados juegan en las canchas, de modo que los jóvenes del lugar tienen que relacionarse con ellos si quieren participar. Se sabe que los soldados y la policía estatal reparten dulces entre los niños, muestran videos violentos en la única televisión disponible de la localidad, y en algunas comunidades enseñan a los adolescentes y a los niños revistas pornográfias. Todas estas relaciones dan a los soldados la oportunidad no sólo de influenciar a los niños sino también de recoger información.
El Ejército y la Policía representan poder y riqueza, lo cual resulta atractivo para la gente joven. Muchos adolescentes han comenzado a utilizar ropa semejante a los uniformes del Ejército y de la Policía. Un observador de un campamento civil en la zona Norte explica:
«Muchas de las chicas de 14 y 15 años quieren casarse con soldados y policías, porque con sus armas y su dinero, parecen poderosos.»
Varias comunidades han reportado que los soldados están con prostitutas y consumen drogas delante de los niños. De hecho, la prostitución y el consumo de drogas en las comunidades indígenas cercanas a campamentos militares se ha extendido enormemente, mientras que apenas existían antes de 1994. Muchas prostitutas que acuden a los campamentos militares son todavía unas niñas. Para estas chicas, esto ha supuesto un aumento en las enfermedades de transmisión sexual y embarazos que tienen como consecuencia el nacimiento de niños no deseados y estigmatizados. Sin embargo, la prostitución continúa porque estas jóvenes o sus familias piensan que no hay otra salida a su desesperada situación económica, la cual se debe en gran parte al contexto de guerra.
La influencia del Ejército es especialmente notable en los hijos de los seguidores del gobierno, los cuales, por su posicionamiento político, tienen más contacto con los militares. Existe preocupación entre los padres y los grupos de la sociedad civil porque la presencia militar y las actividades de los grupos paramilitares en la zona están enseñando a los niños que la violencia es el método más apropiado para resolver los problemas.
Violencia abierta y creciente
«Tengo 12 años y he perdido a toda mi familia, no hay nadie de mi misma sangre, y estoy aquí gracias solamente a la gente que viene a ayudarme; de forma que no estoy abandonada.»
SOBREVIVIENTE DE LA MASACRE DE ACTEAL
A pesar del alto al fuego, desde 1994 al menos varios cientos de personas, entre ellos niños, han sido asesinados en enfrentamientos en Chiapas, y muchos más han resultado heridos o golpeados. Más de 20.000 sufrieron el desplazamiento. Los niños han sido testigos de terribles actos violentos. Algunos vieron cómo asesinaban a sus padres; otros cómo incendiaban sus casas, mataban a sus animales, golpeaban a sus padres, antes de ser forzados a abandonar sus hogares a punta de pistola por grupos paramilitares.
El 22 de diciembre de 1997, un grupo paramilitar masacró a 45 miembros del grupo pacifista ‘Las Abejas’ en la comunidad de Acteal. Entre las víctimas, que estaban rezando y guardando ayuno por la paz, había 15 niños, 21 mujeres (una de ellas embarazada de siete meses) y nueve hombres. Varios niños resultaron heridos, y algunos de los sobrevivientes quedaron huérfanos.
Los rumores constantes y la impunidad de los grupos paramilitares mantienen a la gente, especialmente a los niños, en un estado de temor y angustia. Por este motivo, la población de Acteal no se siente segura cuando va por leña o vuelve a sus maizales. Las mujeres no se atreven a andar solas y los niños permanecen cerca de la casa cuando juegan.
La lucha por sobrevivir más la amenaza continua de violencia hace difícil que la gente pueda superar la pérdida y la situación traumática que ha sufrido. Dicha situación no resuelta ha repercutido en la salud de la población de Acteal. Muchos niños padecen de una enfermedad cutánea llamada neurodermatitis que es causada por un trauma intenso.
Un promotor sanitario señaló: «Como resultado de las circunstancias, incluidos los traumas padecidos, los niños enferman más frecuentemente y con mayor intensidad. Esto se nota particularmente entre los sobrevivientes de la masacre. Y los niños no pueden exteriorizar bien lo que está ocurriendo. Por ello, la mayoría de ellos permanece en silencio. Viven en un estado de miedo constante sin una forma de exteriorizar estas emociones.»
Desde 1994 aumentaron las agresiones sexuales y la violencia doméstica en los indígenas de Chiapas. ‘COLEM‘, un grupo de mujeres de San Cristóbal, informó que el número de casos de violación sexual aumentó en un 50% en 1994 y más de un 300% en 1995. Entre 1993 y 1997, el 37% de las víctimas de agresiones sexuales constatadas por ‘COLEM’ eran menores de 18 años. Las agresiones, en un 45%, se producían por alguien en situación de autoridad, como policías, militares, médicos, profesores, etc. Además, según ‘COLEM‘ también, desde 1994 la violencia doméstica se incrementó en un 20-30 %. Este aumento de agresiones sexuales y abuso doméstico puede ser atribuido, al menos en parte, a un mayor nivel de tensión y estrés (y consecuentemente un aumento en el alcoholismo), y a la presencia militar. Por ello, aunque muchos niños no están experimentando la violencia de la guerra directamene, ahora es más probable que tengan que enfrentarse a la violencia en sus propias casas.
El drama del desplazamiento
En Chenalhó, dos hermanos de 6 y 9 años, y su hermana de 11 llevan una carga completa de leña a sus espaldas sujeta por una cuerda que rodea su frente. Agachados, sudando, estos desplazados llevan la carga atravesando montañas y colinas detrás de su padre hasta que, después de una hora y media, llegan a su casa hecha con plástico y lámina en en la que han vivido han vivido durante tres años desde que fueron desplazados de su comunidad.
Como consecuencia de la violencia continua, de 15 a 20.000 personas han sido desplazadas de sus hogares en Chiapas; más de la mitad de ellos eran niños. Una víctima de la zona Norte vuelve a contar una historia típica: «El 18 de julio de 1996, llevaron a cabo una operación, el Ejército y la policía, junto con ‘Paz y Justicia’ [grupo paramilitar].Se dirigieron a la iglesia, rompieron las imágenes, saquearon nuestras casas y robaron nuestros animales. Huimos a las montañas a refugiarnos. Murió mucha gente. Uno de mis pequeños murió. Se puso enfermo y no pudimos llevarle al médico por miedo a una emboscada de ‘Paz y Justicia».
Si el conflicto continúa agudizándose, puede esperarse que más hombres, mujeres y niños finalmente se rendirán a la presión de vivir en comunidades divididas y se trasladarán a un lugar donde al menos saben que el vecino de al lado no supone una amenaza para sus vidas.
Otra situación se da en comunidades de la selva. El gobierno acusa a las comunidades asentadas en la biósfera de Montes Azules de dañar la ecología, y ha intentado reubicarlos entre promesas y amenazas. Aquí queremos dar la palabra a los niños de estas comunidades: » Tenemos derecho a vivir en este lugar donde nacimos e igual como otros niños que nacieron en diferentes lugares del mundo. Señores sabios, estudiosos de animales y de plantas, no pidan a las autoridades que nos maten o nos desalojen. Tengan un poco de conciencia: gobiernos y estudiosos. También tienen hijos. Los niños de Montes Azules no somos enemigos de nuestra madre, que es el paraíso la naturaleza, aquí llevamos años conviviendo con las aves, con los animales y con las plantas. También estamos preocupados por la vida, esta madre naturaleza. Los invitamos a que juntos la conservemos.»
Cada familia desplazada tiene su propia historia, pero todas se marcharon atemorizadas, anduvieron muchos kilómetros, a menudo por la noche y bajo la lluvia, para encontrarse a salvo. Y todos han experimentado una profunda pérdida. Uno de los niños que tuvo que huir de su comunidad habla sobre lo que ha dejado atrás: «El perro se perdió y los priístas (seguidores del partido oficial) lo tomaron. La escuela está en mi pueblo y quiero estudiar. Perdimos las flores, los perros, los pollos, los paramilitares los tomaron. Perdimos los gatos, las ollas, los molinillos para el maíz. Tuvimos miedo porque nos amenazaban con rifles, incluso dispararon».
Los niños entienden que todavía están en peligro. Escuchan rumores constantes sobre los paramilitares que van a venir a matar a los desplazados. En la comunidad de X’oyep, los niños participan en oraciones comunitarias semanales, donde la gente reza para «que la gente regrese [a sus comunidades], que los soldados se vayan y que Dios nos proteja, así no volveremos a tener miedo».
Para los niños de las comunidades que han acogido a la población desplazada, es difícil entender que de repente haya cientos de niños extraños y sus familias viviendo en su comunidad. Aunque ellos mismos no han sido desplazados, tienen que enfrentarse al hecho de compartir su vivienda, su comida y su tierra. La consecuencia de esta generosidad es que estos niños ahora comparten el dolor de los desplazados. Un niño de X’oyep describe su situación: «Cuando los desplazados vinieron aquí, nos apiñamos con ellos en nuestras casas, y después ellos hicieron sus propias casas de plástico. Antes teníamos suficientes árboles, pero dimos permiso a la gente que había abandonado su comunidad para cortar leña. Nos daban pena porque no tenían nada, y así es como desaparecieron todos nuestros árboles».
El mayor problema para la gente desplazada es la falta de tierra. En sus propias comunidades, la gente podía cultivar hortalizas así como el tradicional maíz y frijoles. En los campamentos, sin embargo, no hay nada de esto. En algunos campamentos de desplazados, el 100% de los niños está en la primera fase de desnutrición, y otros ya han llegado a la segunda y tercera fase. Su estado de desnutrición, junto con el hacinamiento (en algunos casos, hay de 20 a 30 personas en una casa de 8×5 metros), hace que los niños sean más vulnerables a las infecciones respiratorias más comunes, infecciones cutáneas, y a la diarrea. Estas enfermedades no sólo afectan el desarrollo físico de estos niños, sino que incluso su vulnerabilidad les expone a un grave peligro de muerte por enfermedades que pueden ser curadas con una pronta asistencia médica.
La educación es difícil para estos niños desplazados. En muchas comunidades, no hay escuelas. En otras sí las hay, pero existen otros problemas. En Poconichim, por ejemplo, debido a la afluencia de desplazados hay hasta 70 alumnos por cada profesor. En otras comunidades, los niños no van a la escuela porque no tienen el certificado de nacimiento para matricularse o se perdió cuando huyeron de sus comunidades.
Vivir en comunidades divididas
En 1996 hubo un enfrentamiento entre los partidarios del gobierno y los grupos de oposición en la comunidad de Jolnixtié, en la altamente polarizada zona Norte. La gente de la oposición huyó de la comunidad bajo amenazas de los paramilitares. En su ausencia, sus casas, animales y cultivos fueron sometidos a pillaje y quemados. Después de cuatro meses, los desplazados volvieron y se instalaron calle abajo de la gente que les había atacado. Las dos partes permanecían alertas, temerosas de que la otra les iba a atacar. Los niños eran conscientes del sufrimiento y preocupación de sus padres. En la comunidad de Puebla, en los Altos de Chiapas, algunas familias terminaron huyendo, por una parte porque el enfrentamiento era tal que los hijos de los partidarios del gobierno estaban amenazando a los niños de Las Abejas. En otras comunidades, los niños son separados por completo, con una escuela para los hijos de los oficialistas y otra par los hijos de los opositores.
La explotación de los niños trabajadores
En San Cristóbal de las Casas, un chico de 10 años está forzado a trabajar para mantener a su familia. Todos los días recorre las calles (desde la mañana temprano hasta las 11:00 o 12:00 de la noche) cargado con pulseras tejidas por las mismas familias, y muñecas zapatistas, vendiendo su mercancía a los turistas. Aunque camina por una ciudad próspera, con muchas escuelas, probablemente nunca asistirá a una de ellas.
Los niños a lo largo y ancho de Chiapas pasan el día trabajando en los campos, cuidando a sus hermanos pequeños, cargando leña, y haciendo otras muchas cosas para ayudar a la supervivencia de sus familias. Sin embargo, hay cierta parte de la población que trabaja fuera de sus casas y terrenos, vendiendo chicles, pulseras o aquello que sea necesario para ganar unos pocos pesos. Desde 1994, muchos niños han emigrado con o sin sus familias a San Cristóbal, una de las ciudades más grandes en Chiapas.
Para estos niños, la perspectiva de recibir educación, incluso enseñanza primaria, es remota. Además, sin el apoyo de la estructura comunitaria, son candidatos a sufrir discriminación y abuso, no sólo por su pobreza y vulnerabilidad sino también por ser indígenas. De acuerdo con Melel Xojobal (organización que trabaja con niños de la calle), «la situación de estos niños es muy dura. Se maltratan entre ellos mismos, o por parte de las autoridades, y por la población en general. Algunos adultos utilizan la mano de obra infantil para su propio beneficio, y en algunos de los casos más serios les obligan a vender droga o prostituirse».
Semillas de vida
En medio de esta situación traumática y de este sufrimiento, hay también signos de esperanza y cambio. Por ejemplo, la comunidad de Acteal está lejos de estancarse en esta situación. Una trabajadora social expresa que «hay un sentimiento de comunidad, de solidaridad, de ayuda mutua. Hay un núcleo comunitario en el cual reflejarse y compartir, en el que celebrar la palabra de Dios o conmemorar juntos el 22 de cada mes el aniversario de la masacre. Todo esto ha ayudado a que los niños sientan que aunque hayan abandonado su comunidad y experimentado esta profunda pérdida, el nuevo espacio es también su espacio. Y se están adaptando por la solidaridad que hay entre la gente».
No obstante, las vidas de la mayoría de los niños en las zonas de conflicto están dominadas por la pobreza y la tensión.
Es bueno recordar que México ratificó la Convención de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas. Dicho documento establece que los niños tienen derecho a vivir en condiciones higiénicas, apropiadas para su desarrollo; a ser protegidos de la explotación económica y de todo trabajo que les cause daño; a la recuperación física y sicológica si han sido víctimas de malos tratos; a recibir educación; a jugar y a descansar; a vivir con su familia en un entorno seguro; a expresar su opinión y que sea tenida en cuenta; a la libertad de pensamiento y religión.
Para miles de niños en Chiapas, estos derechos son sistemáticamente violados. Viven bajo la amenaza de ser heridos o muertos; soportan la influencia de los militares y paramilitares; venden sus cuerpos para sobrevivir; han perdido sus casas, sus animales, a sus seres queridos y vecinos; son privados de educación y de atención médica; están atrapados en medio de un conflicto del que no tienen responsabilidad y cuyas consecuencias heredarán. Todavía queda por ver qué efectos tendrá esta guerra de baja intensidad a largo plazo en estos niños que se convertirán en adultos y tendrán a su vez hijos. El futuro de la sociedad mexicana depende claramente de la salud emocional y física de los niños, y la paz verdadera en Chiapas sólo podrá ser conseguida cuando las necesidades de estos niños sean satisfechas.