ACTIVIDADES DE SIPAZ (De mediados de agosto a finales de diciembre de 2015)
01/02/2016ENFOQUE: SIPAZ 20 años acompañando Luces de Esperanza
01/02/2016La celebración de 20 años de trabajo del Servicio Internacional para la Paz (SIPAZ) en México representó un buen momento para reflexionar y compilar los aprendizajes adquiridos tras dos décadas de acompañamiento a grupos y pueblos organizados en lucha por la tierra y el territorio, la justicia, la verdad y la paz. Siendo conscientes de que los roles más visibles en los procesos organizativos suelen ser ocupados por hombres, consideramos pertinente elaborar un material específicamente sobre la situación de las mujeres y su participación en las luchas sociales, evitando el riesgo de que el papel que ellas han jugado quedara diluido o relegado a un segundo plano, como es habitual. De ahí nació “Luchar con corazón de mujer. Situación y participación de las mujeres en Chiapas (1995-2015)”, un diagnóstico de los principales cambios en estos 20 últimos años.
Creemos que, tanto los aciertos como los errores cometidos en dos decenios de caminar pueden servir como referencia para otros procesos. A partir de los aprendizajes y de un repaso de los más destacados procesos organizativos en Chiapas en estos 20 años, nos gustaría provocar la “contaminación por buenos ejemplos”[1]. Es decir, quisiéramos que otras personas, luchas y resistencias pudieran encontrar fuentes de inspiración en este material, espejos donde reflejarse y a partir de los cuales pensarse y fortalecer su caminar. No pretendemos ofrecer fórmulas ni recetas, sino que nos proponemos compartir las conclusiones más relevantes, en voz de las propias mujeres protagonistas de los procesos de lucha de las mujeres en Chiapas entre 1995 y 2015.
Cambios que parten desde lo personal
Para elaborar este material, tuvimos el privilegio de entrevistar a más de 70 mujeres quienes, de una u otra forma, han estado o están vinculadas a algún grupo, colectivo, cooperativa, movimiento social, asociación civil o universidad. Nos compartieron sus testimonios como mujeres participantes en procesos organizativos como trabajos colectivos y cooperativas; espacios de articulación de mujeres; mujeres zapatistas; plataformas de diálogo permanente entre la sociedad civil y el movimiento zapatista; mujeres participantes en campañas, marchas, peregrinaciones y encuentros; mujeres integrantes de tribunales civiles; que realizan performances; muralistas o que llevan a cabo trabajo de género en o desde la academia.
La mayor parte de ellas inició su relato desnaturalizando la situación de violencia y opresión en que vivían. La expresión “no es mi destino” indica una toma de conciencia, un darse cuenta de que la subordinación no es intrínseca al ser mujer: “¡lo peor es que nuestra situación nos parecía natural!”. Este “despertar” frente a la propia opresión viene demasiado a menudo motivado por vivir altos niveles de violencia y dolor. Fueron muchas las historias de vida recabadas repletas de episodios de maltrato físico, psicológico, abusos sexuales, discriminación y explotación laboral.
Las transformaciones impulsadas por las mujeres, al partir de su conciencia y afirmación ideológica, se suelen interiorizar profundamente: “los cambios reales se dan desde la parte emocional. Los cambios de actitud son los que te permiten dar los siguientes pasos”. Aun así, el proceso de cambio suele ser largo y lento, pues las mujeres tienen que pasar por la deconstrucción de la propia subordinación, profundamente arraigada tras décadas de opresión: “no sólo existe opresión del hombre y de las estructuras patriarcales. Está presente en nuestras identidades como mujeres. En este sentido hay que diferenciar la opresión de la subordinación. La subordinación tiene que ver con todo lo que tenemos asumido y que cuesta mucho cambiar”. Muchas de ellas expresaron que este camino fue, en un inicio, sumamente solitario, vivieron rechazo por parte de su entorno, llegando a ser objeto de rumores y chismes.
“Cambia la forma de ver las cosas, y las cosas cambiarán de forma”
Muchas entrevistas reflejaron que, tras la toma de conciencia en cuanto a su dignidad y derechos, cambiaron profundamente su modo de relacionarse con las y los demás, empezando con su entorno más cercano -la familia- y, poco a poco, extendiéndolo al resto de la comunidad. Varias expresaron que vivieron situaciones familiares que no quisieron repetir en sus vidas: “viendo la violencia de mi papá hacia mi mamá, algo que tenía muy claro era que no quería seguir viviendo así”. De la misma manera, estas mujeres suelen querer una vida diferente para sus hijas e hijos: “no quiero que ustedes pasen lo mismo que yo”. También, es destacable el aumento de la autodeterminación de las mujeres en las relaciones de pareja: “antes, cuando nos casábamos, era para toda la vida, aunque después de casada tu marido no te tratara bien. Nos decían que era nuestra cruz, que había que aguantarlo. Eso era lo que nos enseñaron nuestros papás. Pero ya cuando uno va tomando conciencia, cuando abre los ojos, se da cuenta de que eso no es vida, de que no tiene que ser así. Y si quiero una vida diferente, tengo que empezar a caminar y a luchar por tener esa vida diferente”. Muchas opinaron que los niveles de violencia que hace unos años era habitual soportar, actualmente ya no se toleran. En estos casos, se suele recurrir a la separación sin que ésta se vea necesariamente de forma negativa como era sistemáticamente el caso hace dos décadas.
Luchar juntas y juntos
Otro aspecto que muchas mujeres rescataron es la importancia de la colectividad para sentirse fuertes y poder luchar por el cumplimiento de sus derechos: “cuando participamos y nos reunimos con otras mujeres se siente fuerte nuestro corazón; si no hay organización, si no hay plática se sienten cerrados los ojos”.[2] Aunque no sean necesariamente conscientes de ello, los cambios en ellas mismas y sus relaciones más cercanas se han ido expandiendo y han ido transformando el propio orden social. Además, las mujeres han tomado consciencia de que “sin su participación es imposible ganar la lucha, hoy se saben necesarias y por lo mismo luchan por que su trabajo no vuelva a ser subvalorado o ignorado”.[3] Algunas destacaron la importancia de tener en un primer momento grupos de trabajo exclusivamente de mujeres “para que primero aprendamos a participar en espacios donde no hay opresión por parte de los hombres y luego nos animemos a participar en espacios mixtos, una vez ya tengamos más confianza en nosotras mismas”. Aun así, la mayoría recalcó que “no es una lucha contra el hombre” sino que ven la necesidad de participación tanto de los hombres como de las mujeres, reconociendo que “la transformación de las relaciones tiene que ser en las dos partes”, pues “en la lucha no podemos caminar con un solo pie” o “nosotras ya lo sabemos pero ¿quién le va a decir a las autoridades que tenemos derechos?”.
Este caminar conjunto de hombres y mujeres es una de las características resaltables de la lucha por la equidad de género del movimiento zapatista, que ha tenido en el centro de sus demandas el cumplimiento de los derechos de las mujeres indígenas zapatistas desde sus inicios. Este proceso, uno de los más destacados en cuanto a avances en “justicia de género”[4], inició públicamente a finales de 1993 con la publicación de la Ley Revolucionaria de Mujeres, un innovador documento que compilaba diez demandas de las mujeres zapatistas como el derecho a la participación, al trabajo y al salario, a decidir cuántos hijos pueden tener y cuidar, a tener cargo, a la salud y alimentación, a la educación, a elegir su pareja, a no ser golpeadas y a tener igualdad de derechos y obligaciones recogidas en sus leyes revolucionarias.
Otro aspecto observado es que los grupos de mujeres, cuyo centro no es una ideología política o un partido político, han mantenido más diversidad entre sus integrantes. Un ejemplo es la Coordinación Diocesana de Mujeres (CODIMUJ), un espacio de encuentro, reflexión y transformación colectiva por los derechos de las mujeres que cuenta con la participación de entre siete y diez mil mujeres de las parroquias de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, quienes interpretan la Biblia “con ojos, mente y corazón de mujer”. Con más de 30 años de trayectoria, buscan la equidad de género desde la palabra de Dios, la perspectiva de género y la teología de la liberación independientemente de una afiliación partidista u organizativa.
Aprendizajes por las buenas y por las malas
Una característica de la mayoría de experiencias organizativas de mujeres en Chiapas ha sido el aspecto práctico, en lugar de ser algo abstracto o teórico: “hay que hacer para aprender”. También ponen particular énfasis en la importancia de la coherencia: una mujer entrevistada subraya que, aunque tome más tiempo, “la forma tiene fondo”, haciendo referencia a la importancia de cuidar todas las partes del proceso, pues tienen consecuencias sobre el objetivo final.
Los procesos organizativos han enfrentado varias dificultades, entre ellas la alta rotación de las participantes, muchas veces debido a que “los hombres se oponen” y a que “hay descalificaciones entre las mismas mujeres”. Asimismo, se identifica como reto la búsqueda de nuevas formas de participación sin liderazgos y más horizontales, pues “hay luchas de poder entre las mujeres también. Podemos ser muy conflictivas” o “no vemos el proceso más allá. Una transformación larga es la apuesta. Ante los protagonismos, tenemos que cuestionarnos el opresor que llevamos dentro”. En este mismo tenor, una mujer entrevistada también planteaba: “El riesgo es llegar a tener una igualdad masculinizada. Este es el modelo occidental más centrado en la independencia económica de las mujeres. (…) Eso te orilla a tener el mismo discurso que el hombre. (…) ¿Por qué obligarnos a mostrarnos fuertes, duras y gritonas? Una mujer de CODIMUJ dice que lo importante es aprender a luchar con corazón de mujer” (de ahí viene el título del libro).
Varios de los testimonios recabados hicieron críticas y autocríticas al trabajo de las organizaciones no gubernamentales (ONG) que trabajaron y trabajan con mujeres en Chiapas. Una de las más comunes es el choque ideológico entre las comunidades indígenas y el feminismo hegemónico, el cual no acepta la idea de complementariedad entre hombres y mujeres, propio de las cosmovisiones mayas. También son destacables las diferencias entre los modos de relación de las mujeres indígenas y originarias de medios rurales con las formas de relación de las mujeres urbanas y mestizas. De la misma manera, ambas no presentan las mismas prioridades y agendas, como son las demandas centradas en el cuerpo, los derechos sexuales y reproductivos, la interrupción voluntaria del embarazo, el placer, la independencia económica de las mujeres respecto a los hombres o el hecho de que muchas veces predominen posturas centradas en el individuo, cuando en contextos indígenas y rurales ha prevalecido una lógica de comunalidad. Aunado a ello, algunas organizaciones se dieron cuenta de que estaban creando dependencias: “aprendimos a ser más cuidadosas, a no decidir por”, al igual que reorientaron su trabajo hacia el fortalecimiento de las mujeres beneficiarias para fomentar su autonomía.
Mujeres constituyéndose en “sujetas de cambio social”
Uno de los logros más destacables de las luchas de estos 20 años es que gran cantidad de mujeres “fueron descubriéndose como sujetas políticas”. Ello pasa por un entendimiento de la realidad desde su propia mirada, afirmando que “pueden tomar su vida en sus propias manos; no quieren la protección paternalista de los que ‘saben mejor’. […] A través de sus reivindicaciones muestran la falsedad de todos los estereotipos dominantes y están impulsando una concepción diferente sobre los pueblos indígenas y especialmente sobre las mujeres. Ya los pueblos indígenas no son atrasados, ya las mujeres indígenas no son las madres pobres, pasivas, con los muchos hijos, sino mujeres –e incluso madres– en lucha; las mujeres indígenas están atacando fuertemente la imagen de pasividad y atraso con el fin de destruirla definitivamente”. Esta asunción de las mujeres como sujetas de cambio pasó por la toma de conciencia de la violencia estructural que padecen, con ejemplos como “no somos pobres porque Dios quiere” o “no hay mujeres pobres, hay mujeres empobrecidas”. En este sentido, las mujeres reflexionaron que “no puede haber una transformación en las relaciones entre los géneros si no se transforma el sistema, las condiciones de vida” y, en consecuencia, las acciones realizadas en busca de la equidad han sido dirigidas a distintos niveles, desde el individual hasta el estructural.
Una tendencia que ha provocado “divisiones, desilusión y desgaste” en los procesos ha sido la cooptación de mujeres líderes de movimientos sociales por parte de organismos gubernamentales. Como opinó una mujer, “el patriarcado está viendo cómo se apropia a las mujeres para perfeccionarse. Hay una tendencia a la cooptación y al reclutamiento de las mujeres que sirve para fortalecer el sistema”. Varias de las entrevistadas se integraron a instancias de gobierno en algún momento de su vida. Algunas lo ven como forma de “incidencia en políticas públicas”, pero la mayoría de ellas concluyó que “había muchas grillas y una falta total de sensibilidad de los funcionarios”, “aprendí que dentro del Estado no se puede hacer la revolución”, o bien, “las instituciones reproducen la violencia a la que pretenden responder. Se atienden casos pero nunca van a parar. No se soluciona nada de fondo”.
No sorprende por tanto que una de las opiniones comunes en las entrevistas es la poca creencia en las autoridades gubernamentales para la consecución de la equidad entre hombres y mujeres. Se notó un amplio descrédito hacia la aplicación de las leyes de protección a las mujeres: “¿de qué nos sirve que haya una ley si no hay cambios?”; o hacia los programas de gobierno –como Oportunidades, Prospera, Progresa, Madres Solteras, Nuevo Amanecer, etc.– los cuales dan apoyos monetarios que señalan como asistencialistas, fuente de dependencia y servilismo de las mujeres y que mantienen “una lógica de respuestas inmediatistas y no de prevención”. Cabe destacar que las mujeres que reciben estos programas tienen que someterse a condiciones impuestas si quieren seguir recibiéndolos, como son la asistencia regular a capacitaciones y revisiones de salud. En palabras de una mujer entrevistada, “ahora soy como una prostituta del gobierno porque a cambio del dinero que me da dejo que los doctores metan mano en mi cuerpo”. Asimismo, varias mujeres destacaron que “en lugar que el gobierno apoye a la gente indígena, sólo está dividiendo a través de los partidos políticos y los programas”. También, se evidenciaron hechos que han “agudizado los problemas en lugar de reducirlos”, como pueden ser las denuncias por violencia, a las cuales, indican, no se da un seguimiento correcto por parte de funcionarios públicos.
A pesar del aumento de la participación política y organizativa de tantas mujeres, la mayoría de ellas no se ha expresado u organizado para combatir la discriminación que vive, lo cual supone un reto porque estamos frente a “una lucha de mujeres que no se asume como una lucha de todas las mujeres”. Aun así, como ya hemos visto, las mujeres representan un gran grupo de luces de esperanza desde las que, si hay posibilidades de cambio, “van a venir de las mujeres. Los hombres no van a dar el paso porque corren el peligro de perder sus privilegios. Las mujeres no tienen nada que perder”.
Después de este “tentempié” sobre los principales aprendizajes recabados por mujeres participantes en procesos organizativos en Chiapas desde 1995 a la actualidad, invitamos a todas y todos los lectores que quieran seguir profundizando sobre las luchas de las mujeres y sus más destacadas expresiones a que lean “Luchar con corazón de mujer. Situación y participación de las mujeres en Chiapas (1995-2015)”. Pueden descargar la versión digital en nuestro sitio web. Agradeciendo a todas las mujeres luchadoras de Chiapas, de México y del mundo el ser ejemplo de fortaleza y organización, las y les animamos a leer este libro, a criticarlo, a trabajarlo, a difundirlo… pero, sobre todo, a que lo entiendan como una interpelación a pensarse y a actuar.
Notas:
[1] Si no se indica lo contrario, todos los citados de este artículo provienen de entrevistas realizadas para la elaboración del libro. (^^)
[2] María Jaidopulu, 2000. (^^)